Merz-Säuler |
Los grupos dadaistas de las
primeras décadas del siglo XX, con artistas
como Duchamp, entre otros, rebasaron los que, hasta entonces, eran los límites
de la presentación del arte. Las instalaciones e intervenciones creativas en el
espacio no han paraban de sorprender al público y materializar su caos
reflexivo en las mentes y plumas de los estudiosos y críticos. No había espacio
ni objeto que no formara parte de sus montajes, como en el caso de Schwitters
que, con su obra Merz - Säuler, transformó un apartamento en un habitad recubierto
íntegramente por todo cuanto encontró en la ciudad. Para él todo tenía un
valor, hasta el punto de acabar en 1943 ocupando dos pisos del mismo edificio
con su obra. Marianetti ya nos habla de la necesidad de que el arte "sea
un alcohol, y no un bálsamo", exigiendo que el artista rebase los límites
de lo finito, y proponga reacciones y respuestas reales, y no perdurabilidad
inútil.
El mismísimo Dalí entre otros
surrealistas, o los conceptuales de los 60 con Allan Kuprow como uno de sus
máximos exponentes, y muy especialmente a partir de los años 70, tomaron esta
fórmula expresiva como una lucha contra la burocracia artística, el academicismo,
e incluso como protesta o manifiestos revolucionarios.
En un artículo Larrañaga Amnon
Barzel nos dice: "La instalación
representa una vía de salida al espacio pintado del ilusionismo y pone en
práctica uno de los propósitos fundamentales del modernismo, el de llevar el
arte a la realidad."
En contraposición con todo esto,
llevamos un tiempo observando cómo en los circuitos alternativos del arte,
espacios auto-gestionados y galerías no academicistas,
se jactan de presentar instalaciones y montajes que poco o nada tienen que ver
con los fundamentos de esta tipología de creación artística.
En muchos casos las obras no
están realizadas teniendo en cuenta el espacio que incluyen, quedando como
objetos aislados en un rincón de la sala; y otras veces, sin opción a ser
vistos desde el punto de mira para el que están diseñadas y desde pueden ser
observadas. No admiten la tridimensionalidad de la expresión artística, el
espacio en el que envolver al espectador, o la oportunidad de que la percepción
del público englobe la obra. Esto que parece una obviedad, la creación de algo
en un entorno que permita ser mostrado,
o lo que es lo mismo, el dominio del habitad del arte o como parte de
este, no parece primar en muchos casos sobre otros principios menos creativos.
La creación en serie de la instalación, o la multifuncionalidad de un mismo
montaje, rompe de base la reflexión, convirtiendo lo que debía ser un
"salir del marco", en una "creación prediseñada".
Puede parecer esto un mal menor,
un cambio de intención artística o una evolución de este formato, pero suele
venir de la mano de una crisis del propio concepto de la obra. Cuando nos
enfrentamos a una creación, debemos permanecer vacíos, sin cargas superpuestas,
sin preconcepciones, sin explicaciones meta-artísticas, que nos configuren ya
de por sí las respuestas antes de la preguntas. En cambio, últimamente, nada
salva al espectador de una información que no ha solicitado. Bajo la
descripción de la obra y las notas biográficas del artista, atentan vilmente
con una reflexión sobre el concepto.
¿Por qué arriesgarse a comunicar
lo que ya debe expresar la obra de manera autónoma? ¿por qué enfrentar la libre
interpretación con la unívoca visión del artista?, o lo que es más temeroso
¿por qué suicidarse ante el público que no cree cierta la reflexión en la obra
expuesta?
Puede parecer en muchos casos
superior la calidad literaria o conceptual del artista, que sus capacidades
como materializador de la idea. En otros, sencillamente, la obra poco
sorprende, no cuestiona, no obliga a reaccionar, y pasar por su lado supone un
mero entretenimiento paisajístico. La indiferencia, los signos de interrogación
con un silencio en medio, la pregunta hueca; o la sencilla pero a veces
hiriente percepción de que alguien no está haciendo lo que dice que ha
pretendido.
Water de Duchamp |
La propia necesidad de intentar
"sorprender", siempre por exceso, es como si se lanzaran fuegos de
artificio en vez de componer una llama o un incendio. Buscar "el paso
más" lleva en muchos casos a torpezas como creer que a día de hoy un
retrete impresiona, cuando Duchamp lo usó ya en los años 30, o que la
excentricidad es un invento del siglo XXI. Por supuesto todo cuanto ha recorrido el arte
es reintepretable, no porque Velázquez pintara las meninas, no pueden artistas
posteriores tomarlas como inspiración para su recreación moderna. Lo que si no
es admisible es la venta de la innovación o "lo moderno" con formulas
trilladas por décadas de creación y decenas de artistas.
Lejos de ver maliciosidad en
estos errores, si parece necesario, o se nos antoja exigible, una reflexión a
este respecto y mayor exigencia para quienes seleccionan estas obras para sus
propuestas.
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