En un país ya maduro en
libertades, o eso nos gustaría pensar, todo el mundo tiene derecho a expresar
su opinión sin que esto genere temor a ningún tipo de represalias. Dicho esto,
la libertad de ideas tiene su límite en los derechos y libertades del otro, por
tanto cualquier forma de manifestación no puede ser coercitiva hacia quienes
piensan distinto, o no comparten nuestros planteamientos. La expresión de
ningún tipo de reflexión puede estar acompañada de insultos, provocación o
violencia. Si ésta se pretende realizar en una plataforma a modo de manifestación,
debe mantenerse dentro del imperio de la ley y sus normas, si queremos que su
fin y sus medios no se vean manchados o vapuleados por una contradicción en sí
misma.
Lo que ha sucedido en Madrid
estas noches no parece estar en ningún caso dentro de este marco de lo
correcto. Por todos los lados se han vencido los límites, se han roto las
consignas, y se ha estrangulado el reino de la razón y la ley con el quehacer
de los manifestantes, de los peregrinos, y lo que chirría aun más, con quienes,
enfundados en la representación del poder del orden, han aprovechado para
bajarse del burro de la humanidad, y convertirse en burros sencillamente.
Todos podemos ver, gracias al
sinfín de grabaciones y fotografías que circulan por internet, como desde ambos
lados hubo faltas de respeto e intentos de agresión. Éstas, por supuesto, no
son la representación de la totalidad, individuos manifestantes y peregrinos se
dejaron llevar por una especie de "incendio", avergonzando a uno y
otro colectivo. No creo que rezar fuera una provocación, ni tampoco que la
manifestación deba ser considerado como tal, pero si se pudieron ver intentos
de romper los cordones policiales, por ambas partes, con fin de encender aun más
una discusión que nunca tuvo que tener ese escenario. En cualquier caso, esto
solo puede tener como consecuencia un análisis de conciencia sobre lo que cada
uno aboga y finalmente ejecutó en sus acciones y, por supuesto, las penas que
deban caer sobre quienes violaron en algún momento la ley.
Pero lo que no es de recibo, y
merece un castigo ejemplar, es la innecesaria e injustificada actuación de los
"matones" con uniforme policial. Muchos son los que tuvieron que
sufrir momentos de gran estrés y nerviosismo, agresiones e insultos, pero no se
justifica en ningún caso, como respuesta a un insulto desde el otro lado de una
calle, que un grupo de policías abofeteen a una mujer, y luego golpeen a un
fotógrafo que los pillara "in fraganti", hasta dejarlo tirado en el
suelo. Ésta y otras muestras de "caos llevado al caos" tuvieron lugar
en unas noches que preferiríamos no haber conocido, pero que no podemos olvidar
fácilmente, esperando que tampoco caiga en saco roto, y sean investigados y
castigados por lo que pareció una imagen en blanco y negro, ciertamente condenable.
La ejemplaridad, exigible a todos,
como exigible es la coherencia con nuestras ideas, que debe verse reflejada en
nuestros actos, es absolutamente obligada en quienes son los escoltas de
nuestras libertades, y no deben en ningún caso ser los asesinos de las reglas
del juego.
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