Reconozco que me pudieron los prejuicios, y que
la primera vez que pasee por la acera hacia la que se abre el edificio ocupado
de "tacheles" en el antiguo barrio judío de Berlín, no me atreví a
adentrarme en aquella oscura y nauseabunda escalera.
Comí justo en frente, en un restaurante indú, sin
quitar la vista a todos cuanto entraban y salían de aquel antiguo almacén, casi pasando lista de si eran los mismos que cruzaban la
puerta hacia uno u otro lado.
Con el estómago lleno, me dispuse a adentrarme en
ese desconocido espacio limpio de ideas limitantes, y atento a lo que podía
aprender o entender del proyecto y de sus artistas. Sorpresa. Sentí sorpresa,
por no preguntarme si esa reacción escondía alguna otra menos diplomática, al
enterarme que la razón por la que yo no podía visitar las dos primeras plantas,
era porque en 2001 el colectivo se había dividido, y como resultado, los que
ocupaban las dos primeras del edificio habían vendido "su ocupación"
por un millón y medio de euros. Como diría Groucho Marx "estos son mis
ideales, pero si no les gustan, tengo otros".
Al acceder a la tercera planta, por aquella
escalera que mezclaba el escenario de una película de terror psicológico y film
snatch, sí pude disfrutar de algunos ejemplos de creadores con sus estudios
abiertos, presentando su obra a los visitantes. Eso sí, como animales en un
zoológico, puedes ver sus movimientos pero no entran nunca en diálogo con el
público. Lo alternativo a una galería, es actuar como un artista en una
galería. Una pena. Uno decidió que a su estudio sólo se podía entrar poniendo
un euro en un wc. Es decir, no valía la buena fe de ofrecer sus obras y luego
pedir la voluntad, la voluntad era anterior a su obra, a su espacio.
Uno de sus artistas, que hoy expone en galerías
de medio mundo, tiene tomado una de las plantas altas del "templo
ocupa". En justicia, mientras muchos artistas tienen una habitación, él
puede poseer toda una planta para tener expuesta su obra, sin que el artista,
en palabras de quien cuida la muestra, pase nunca por allí. Sus obras de gran
formato, interesantes, mezcla de grafiti y el "horror vacui" del
tatuador, son de una violenta crítica social y de un mensaje con peso y
conciencia. Eso sí, a pesar de todo, nada de lo que está presente en esa planta
está a la venta, es tan sólo "un curioso escaparate".
Si yo fuera marchante de arte no se me ocurriría
una mejor manera de potenciar a un artista desconocido. Pagar un dinero por
obtener un espacio para mi apadrinado, hacerlo visible, y luego vender en
medios y galerías "la vida alternativa" de artista. No digo que haya
sido así, pero sin duda resuena la idea en mi mente ante determinadas actitudes
y respuestas.
Lo que se ha llamado "el templo ocupa"
sin duda deja mucho que desear, y parece bastante contrario a sus
planteamientos e ideas. Creo que hay mejores ejemplos, en Madrid sin ir más lejos,
de centros de autogestión, acción social y cultural, y revolución, comparta uno o no el ideario ocupa, que este
decepcionante escaparate.
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