"Show must go on" cantaba el desaparecido Freddy Mercury
en Queen y parece ser el lema que cuelga sin condicionantes en el despacho de
algunos "popes" de la televisión y la industria publicitaria. Las
carnicerías de hienas y esperpentos, la subasta de lo propio y lo ajeno y la
más miserable de las escenificaciones de la bajeza humana, colman las horas y
los días en las pantallas. Todo vale, como todo cuesta; todo se vende, pues
todo se compra. Si la culpa es de quien mira, o de quien se asoma; de quien
ofrece o quien pide, poco importa. Mientras todo eso ocurre, como en los
tiempos en los que los teatros de variedades deambulaban por los pueblos para
entretener por instantes a una sociedad hambriento de ilusiones, muchas
personas buscan héroes, líderes, seres en los que identificar sus esperanzas,
por lo que al tiempo que alguien se alza con o sin razones, puede que lo
sostengan pancartas e ideas que nunca fueron propias.
He tenido la ocasión de poder
visionar, unos meses antes de su estreno, "La Chispa de la Vida" de Alex de la
Iglesia, su más reciente proyecto
cinematográfico, rescatando el famoso lema de la marca de refrescos, para una
película donde todos estos debates se enlazan, con otros tantos
cuestionamientos éticos en la voz de nuestro protagonista.
Roberto, publicista en paro, suma
tantas entrevistas de trabajo como negativas. Obsesionado por ofrecer un porvenir
a sus hijos, seguro de sus valía, harto de volver a casa derrotado por las
circunstancias y ver a su mujer intentar animarlo, va en busca del hotel donde
pasó su luna de miel, para intentar así devolver la ilusión a sus vidas.
Atrapado de tal forma que resulta
imposible liberarlo sin que corra riesgo su vida, se ve rodeado pronto de
cámaras y periodistas, políticos en busca de tajada, intereses publicitarios, y
decide contratar un representante para sacar rédito a su vida o a su muerte,
asegurando de esa forma el futuro a su familia, ya que de otra le resulta
imposible.
José Mota, que interpreta a Roberto,
desarrolla un doble papel: un soberano esfuerzo por desvincular su cara de la
escena cómica, en la que es uno de los ejemplos de supervivencia y evolución; y
el trabajo de tener entre sus manos un personaje que, como en la mejor tragicomedia,
tiene al espectador pendulante entre el llanto y la sonrisa, sin que las
lágrimas hayan secado. Parece que el director ha sabido potenciar lo
camaleónico y expresivo del actor, para desarrollar una historia, casi en
soliloquio, con maestría y gran ritmo. Salma Hayek, conocida actriz, con una
carrera poco constante en la elección de las películas, acierta aceptando este
guión porque le permite unos registros
naturales, con fuertes capacidades de motivación y emoción, que ha sabido
desarrollar con muy buen tino y más que aceptable resultado.
Del resto del elenco de
intérpretes (Blanca Portillo, Juan Luis Galiardo, Fernando Tejero, Manuel Tallafé,
Antonio Garrido, Carolina Bang, Eduardo Casanova, Nerea Camacho, Joaquín
Climent, Juanjo Puigcorbé, Antonio de la Torre y José Manuel Cervino y la
colaboración especial de Santiago Segura) hay que reconocer, muy especialmente,
el cambio de registro de Fernando Tejero, que debe agradecer a Alex de la
Iglesia la posibilidad de salir de su encasillamiento para desarrollar una
breve pero poderosa interpretación en esta película. A parte de los mencionados,
no hay sobresalientes, pues en la mayoría de los casos mantienen similares
registros a trabajos anteriores, y siendo tan relevante el peso del papel que
ejecuta José Mota, y lo sorprendente de su interpretación, resulta complejo
destacar algún otro actor o actriz.
La cinta, que comienza con un
diálogo algo forzado entre los protagonistas, en el que cuesta aún, por los
pocos minutos de película, desligar a Mota de su imagen televisiva, luego toma
un excelente ritmo, una carga reflexiva destacable, y un mensaje que parece
traslucirse. Recomendable opción, que ofrece otro tipo de cine a nuestras
salas, relegando la acción por la acción, el amor de folleto, o la revolución
de pancarta, sino que abre un sencillo pero profundo debate sobre la frase con
la que iniciábamos esta reseña "Show
must go on" y a la que parece responder "o no."
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