viernes, 2 de julio de 2010

Londres







Conocía Londres desde la adolescencia, cuando viajaba cara verano a Hatfield a estudiar inglés con CIB, casi una familia, que hicimos propia. Es una ciudad grande formada, como todas, por pequeños barrios dispares y con sus propias singularidades.

El verano de 2007 me trasladé unos meses a realizar unas prácticas de mi carrera en la multinacional NYK, en el departamento de logística de vehículos encargado del análisis de costes de puertos. Pero sin duda lo que me dio una ciudad como Londres fue encontrar el otro lado de la poesía, el lado ciudadano, aquello que ya había perdido tras cuatro años en Madrid. Trastoqué todos mis límites líricos y me preocupé poco por la clásica concepción del verso.

Sin duda Londres en verano no tiene nada que ver con la invernal ciudad del Thames. En vacaciones, para algunos, la ciudad se convierte en una ebullición de culturas, festivales, arte y compras entre sus principales calles. Es una rica ciudad para las tribus urbanas, para las tendencias de la moda y las musicales.

Para mí fue una mezcla entre disfrute de una especie de independencia y lejanía, y una tortura lejana de un amor que se acababa a mis espaldas.

Son las cinco de tarde
y vuelvo a la habitación.

Baker street
parece haber sido conquistada
por una revolución
de comida rápida
y vasos vacíos de cerveza.

He creído verte.
He pretendido verte
en todas las caras
que me he cruzado esta tarde.
He mirado a los ojos,
incluso me escuché
gritando
sediento de tu nombre
pero nadie ha girado
la cabeza y el alma
para encontrarme. 


131 Middelton Road (2007)


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