lunes, 11 de octubre de 2010

La ingesta excesiva de personas genera vacío







El ser humano en un estado primitivo de carencia es ante todo un ser egoísta por supervivencia. Cualquier acción solidaria o generosa es, a fin de cuentas, una pretensión futura de beneficio, y por tanto, en ningún caso, un reflejo de un sentimiento altruista. Cierto es que, cubiertas todas sus necesidades, el hombre es capaz de tener una sensibilidad por el otro, o por el conjunto de una sociedad, aunque tan sólo sea, una cobertura de un grado más alto de carencias; la propia conciencia de sí mismo. Este razonamiento no debería alarmarnos, ni tampoco servir de fustigación para nuestras mentes sociales, e incluso colaborativas, sino valer en cierta medida de escudo para cuando creemos que nuestra rareza es una forma compartida de existencia. Nada más lejos de la realidad.
 
Hace unos días, cruzándome correos con un amigo poeta, él, no sé si conociendo el peso que generaría su frase o como sencilla genialidad de una mente a otro nivel de reflexión, me dijo: “Aunque no quieras, el mundo funciona así; la gente está demasiado acostumbrada a consumir personas”. Me costó el sueño de una noche y muchos folios en blanco entender la dimensión de esa teoría del equilibrio relacional.

Esa afirmación, aparentemente frívola e hiriente para cualquier ser sensible y amable, es decir, que gusta de ser amado y amar, supone un hachazo difícil de digerir. Se trata de un pensamiento que permite entender un sinfín de ejemplos de nuestro mundo actual, en el cual la propia velocidad cotidiana, genera también, de alguna forma, una cierta celeridad y caducidad temprana en las relaciones.

En las relaciones que más vemos este tipo de cuestiones, son en aquellas que podríamos tratar de “desechables”. El “colegueo”, como medida de una relación sin intimidad ni confianza, en la que dos o más personas se sirven como entretenimiento, divertimento y ocupación del tiempo libre, medido y exacto, hasta el momento, en que cada uno vuelve a su cotidianeidad o encuentra otro tipo de relación más plena, menos vacía. Igualmente en las relaciones basadas tan sólo en la apetencia sexual la forma de consumo es mucho más concreta, aunque aceptada y pretendida por ambos, al igual que el anterior ejemplo, el fin último es el consumo de la otra persona el tiempo exacto que dura el producto; “el placer sexual”.

Donde más cuesta verlo, pero sin duda igualmente sucede, son en las relaciones más apreciadas por nuestra especie, las sentimentales, sean estas amorosas o de amistad. El enamoramiento, como proceso de conocimiento y admiración hacia la otra persona, es en sí una forma de consumo. Las relaciones anteriores a nuestro tiempo tenían más duración por varias razones sencillas; la información de la otra persona era difícilmente acaparada debido a la falta de sinceridad y confianza; y llegada esta, la carencia de opciones, de elecciones permitía la continuidad, transformando ese enamoramiento en otros “formatos” de sustentación.

Viendo una película titulada “ChungKing express” el protagonista se acercaba cada noche a comprar comida en un puesto. Una noche llevó ensalada para dos, y el dueño del local le recomendó que llevara pescado para su novia, que le gustaría. A la siguiente noche, pidió la ensalada y el pescado, agradeciendo al dependiente su propuesta, por lo que éste, le recomendó que llevara también un perrito caliente. Una noche después, pidió tan sólo una ensalada. Cuando el dependiente le preguntó, el protagonista dijo “mi novia aprendió que le gustaba probar otras cosas”. Lo que aparentemente sólo es una situación cómica y anecdótica dice demasiado de nuestras relaciones, y en cierta medida, de ese concepto de “consumo de personas”. De todas formas las alternativas también aseguran las relaciones más verdaderas, pues sólo en la libertad de decisión existe la conciencia de acierto.  Nunca hay felicidad verdadera en la ignorancia de otras realidades.

Juan José Millás, al preguntarle sobre el amor, afirmó “la gente pasa del enamoramiento al desenamoramiento sin pasar por el amor” pues entendía que el amor era la búsqueda de un reflejo positivo de nosotros mismos. Nos enamoramos mientras alguien ofrece una buena imagen de nosotros, es feliz porque queremos. Nos desenamoramos porque nos da la negatividad propia en pequeñas dosis, pero nunca permanecemos en el amor, ese estado de aparente equilibrio, entre nuestro “bien” y el ajeno. Mirando este razonamiento desde otra óptica, también es una forma de consumo, dado que estamos mientras nos interesa, mientras no reporta algo positivo, solo que las relaciones actuales son más veloces, hay más posibilidades de conocerse en un corto periodo de tiempo, y por tanto, de comenzar a “aburrirse” o advertir lo negativo del otro y de nuestra propia realidad. Hemos perdido el aguante, la pausada espera de un tiempo mejor, la importancia del verbo “soportar” aunque tan sólo sea un breve instante de tiempo en que la otra persona merece no ser capaz de aportar.

En las relaciones de amistad, las mal entendidas amistades de estos tiempos, sucede algo parecido. Entendidas como relaciones de favor, o comunidades de “reciprocidad”, la mayoría de la gente reclama ser escuchado por haber sido antes un “buen oído” o “un hombro en que llorar”. No se admiten relaciones desiguales, ni se espera un tiempo para reclamar la vuelta del consumo. Todos hemos escuchado en casa como se hablaba de amistades “de la familia”. Relaciones perdurables en el tiempo, cuyos favores eran generados inter-generaciones. Una persona hacía el favor a otra, y la siguiente, pasados los años se lo devolvía al hijo del primero. Se trataba por tanto de relaciones, estructuras sociales, mucho más cohesionadas, basadas en principios que, en buena medida han desaparecido.

Evidentemente nada es totalmente como lo planteo, ni tampoco está ausente de estas reflexiones. Como en todo, está en el ser humano, su diversidad y complejidad, el acercase o alejarse de estos términos. Pero en ningún caso deberíamos abstraernos de algo, que sin duda, condiciona, en buena medida, las relaciones humanas. Si el mundo se rige por un sistema capitalista, de consumo, no en todos casos igualitario y libre, debemos intentar, al menos, la coherencia con nosotros mismos. Eso sí, un consejo “La ingesta excesiva de personas genera vacío”.

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