lunes, 15 de noviembre de 2010

De ilusiones se vive, pero no se come







Acostumbrados a un nivel de vida que no nos corresponde, la sociedad actual nos invita diariamente a posicionarnos muy por encima de nuestras posibilidades económicas. Somos una bomba de relojería, una caída potencial, un principio de “frustración” permanente.

Hemos convertido, hasta los aspectos más simples de nuestra vida (la alimentación, la vestimenta, el hogar, el trabajo) en una cuestión más de lo que mueve el brutal motor de la moda. Comemos aquello que se anuncia, se comenta en otras sobremesas o suena en los artículos de las revistas menos científicas. La ropa, por supuesto, o la estética en general se mueve, desde siempre, por una “mano negra” que determina, año tras año, los colores, formas, cortes y variantes. Hasta la vivienda es una moda, desde la propiedad, a la que algunos se lanzan sin paracaídas aun a riesgo de “ahogarse” en el intento, hasta el dónde, el tipo de habitad o la manera de completarla. Supone todavía un cuestionamiento mayor el hecho de que también los empleos se vean movidos por las modas. Hemos transformado el principio de la vocación por el de la “acción frustrada”, es decir, tomar caminos de “desrealización” tan sólo guiados por aspectos de elites sociales, reconocimiento o remuneración.

Por supuesto de ilusiones se vive, pero no se come, pero algunos han desdibujado esto para convertirse en meros transeúntes movidos por la inercia de existir de alguna forma o manera, lejos de reflexionar, en algún instante, por mínimo que sea, sobre aquello que realmente podrían “ser”, dejando de lado lo que, desde hace mucho tiempo, tan sólo pretenden “parecer.

Somos el resultado de lo que esperan de nosotros, o ven en notros. Si todos tornáramos a ser lo que queremos ¿qué sucedería? Nunca lo sabremos.

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