lunes, 16 de mayo de 2011

Ha encendido las luces



No sé por qué lo ha hecho. Ha encendido las luces y ha dejado las ventanas abiertas de par en par. Tiene un escritorio o una pequeña mesa junto a la ventana. Lleva horas así pero nadie se acerca ni merodea.  He decidido hacer lo mismo, abrir las ventanas, encender las luces y colocar mi escritorio frente a éstas. Así cuando ella quiera volver al espacio que la salva, a la frontera exacta del vacío que nos separa, cuando vuelva mirar al frente y mida las distancias una vez más con el asfalto, estaré presente. No haré nada. La observaré, y si ella quiere conversaremos en silencio. De ventana a ventana. Descubriendo qué sucede a esas horas, como a cualquier otra, y haciendo que, de vez en cuando, sin querer, nos clavemos las pupilas preguntándonos qué hacemos.

De pronto ha aparecido. Se ha asomado como de costumbre. Ha sacudido un paño y luego ha comenzado a atusarse el pelo tranquilamente mientras conversaba dios sabe con qué compañía que no sabe lo que ella está pasando ni la entiende. No se da cuenta. La ve día tras día asomarse, pero él ni tan siquiera reconoce donde está la ventana. Jamás ha mirado por ella. Incluso podría afirmar que tiene miedo a las alturas. Se le nota. Ella vive siempre en el filo destructivo y dudoso del quicio, el en cambio ni tan siquiera se le ve caminar por ese lado de la sala.

He sentido pudor y he corrido las cortinas. He encendido varias veces la luz, las mismas  que las he apagado, y me he atrevido, tembloroso, a colocar el atril, poner el objetivo de 55-200, enfocar y disparar entre las telas como aquella vieja película. He sentido el terror de los acosadores, el morbo de lo prohibido, el amor de un quinceañero, pero no he podido quitarme el miedo a que salte.  Me parece verla jugar con el equilibrio, balancearse con un centro de gravedad inexistente. Jugar de puntillas a resbalarse. Caer. Habrá pensado en caer tantas veces que puede incluso elegir la forma, valiente o por error, y seguir como una película el recorrido, borrando a cada instante lo que ha vivido y no le da peso para quedarse tras el cristal.


Ahora la he perdido. Ha cerrado las ventanas y las cortinas oscuras lo tapan todo. Estoy más preocupado aun. No sé de qué se esconde. O de quién. Quizás de mí. Puede que sepa que he descubierto lo que pretende y no quiere perder la intimidad del momento último. Del instante de soledad plena. Quiere un parto de muerte propio. No quiere compartirlo. 

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