
He tenido la ocasión de poder
visionar, unos meses antes de su estreno, "La Chispa de la Vida" de Alex de la
Iglesia, su más reciente proyecto
cinematográfico, rescatando el famoso lema de la marca de refrescos, para una
película donde todos estos debates se enlazan, con otros tantos
cuestionamientos éticos en la voz de nuestro protagonista.

Atrapado de tal forma que resulta
imposible liberarlo sin que corra riesgo su vida, se ve rodeado pronto de
cámaras y periodistas, políticos en busca de tajada, intereses publicitarios, y
decide contratar un representante para sacar rédito a su vida o a su muerte,
asegurando de esa forma el futuro a su familia, ya que de otra le resulta
imposible.
José Mota, que interpreta a Roberto,
desarrolla un doble papel: un soberano esfuerzo por desvincular su cara de la
escena cómica, en la que es uno de los ejemplos de supervivencia y evolución; y
el trabajo de tener entre sus manos un personaje que, como en la mejor tragicomedia,
tiene al espectador pendulante entre el llanto y la sonrisa, sin que las
lágrimas hayan secado. Parece que el director ha sabido potenciar lo
camaleónico y expresivo del actor, para desarrollar una historia, casi en
soliloquio, con maestría y gran ritmo. Salma Hayek, conocida actriz, con una
carrera poco constante en la elección de las películas, acierta aceptando este
guión porque le permite unos registros
naturales, con fuertes capacidades de motivación y emoción, que ha sabido
desarrollar con muy buen tino y más que aceptable resultado.
Del resto del elenco de
intérpretes (Blanca Portillo, Juan Luis Galiardo, Fernando Tejero, Manuel Tallafé,
Antonio Garrido, Carolina Bang, Eduardo Casanova, Nerea Camacho, Joaquín
Climent, Juanjo Puigcorbé, Antonio de la Torre y José Manuel Cervino y la
colaboración especial de Santiago Segura) hay que reconocer, muy especialmente,
el cambio de registro de Fernando Tejero, que debe agradecer a Alex de la
Iglesia la posibilidad de salir de su encasillamiento para desarrollar una
breve pero poderosa interpretación en esta película. A parte de los mencionados,
no hay sobresalientes, pues en la mayoría de los casos mantienen similares
registros a trabajos anteriores, y siendo tan relevante el peso del papel que
ejecuta José Mota, y lo sorprendente de su interpretación, resulta complejo
destacar algún otro actor o actriz.
La cinta, que comienza con un
diálogo algo forzado entre los protagonistas, en el que cuesta aún, por los
pocos minutos de película, desligar a Mota de su imagen televisiva, luego toma
un excelente ritmo, una carga reflexiva destacable, y un mensaje que parece
traslucirse. Recomendable opción, que ofrece otro tipo de cine a nuestras
salas, relegando la acción por la acción, el amor de folleto, o la revolución
de pancarta, sino que abre un sencillo pero profundo debate sobre la frase con
la que iniciábamos esta reseña "Show
must go on" y a la que parece responder "o no."
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