jueves, 1 de diciembre de 2011

Ya no está Virgilia.






Ya no está. Abres la puerta de la jaula por si quiere su espíritu recorrer el salón, saltar sobre la manta, tirando de sus flecos, hacer nido en la lámpara o verse reflejada en la pantalla del ordenador. Ya no está ni para picotear el pan sobre la mesa, tirar de la lechuga en una ensalada ya servida, o encontrarla paseando a brincos por el parqué. No hay un leve viento de sus vuelos circulares, ni tampoco sientes tirones de pelo si te quedas traspuesto en el sofá. Ya no está.


Virgilia ha muerto hoy

Hoy, echada, tranquila, dormida, hecha una bola de plumas y calor, me ha dejado sólo. El salón se ha convertido en un desierto enorme, reseco y con eco, una razón imposible de salvar para guardar silencio y mirar, por si aparece, por los rincones. Tumbarse a esperar. Tumbarse sólo, porque ya no va a aparecer entre los pliegues de la manta, mirándome con recelo y cariño al mismo tiempo. Jugando casi al escondite entre las sombras que un día parecían eternas y ahora conocía tan bien. Acurrucarse conmigo, dormir juntos la siesta,… Ya no está.

Virgilia ha muerto. Nadie sabe lo necesaria que era, nadie puede imaginarse lo que puedo echarla de menos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario