lunes, 16 de agosto de 2010

Entre la modernidad y la posmodernidad






Se podría afirmar que ya está todo hecho, dicho o escrito en el arte. Quedan muy pocos márgenes para la originalidad o la aportación decisiva. Como decía un artista “siempre que se me ocurre una idea innovadora me pregunto ¿Dónde lo habré leído?, si no encuentro la publicación, entonces la cuestión es ¿Quién me lo habrá contado?”. Es una postura nada frustrante, simplemente de coherencia. Debemos admitir y ser conscientes del largo espacio de creación en que nuestra humanidad ha dado buena cuenta de sus capacidades y limitaciones, las cuales, no son muy distintas a las de ahora.

Por supuesto esta tesis la acogemos con matices. Poniendo como ejemplo la creación poética, está todo prácticamente construido. Pero nos queda un margen en la aportación de nuestras propias vivencias, nuestro bagaje anterior y en el aspecto formal. Está todo dicho, pero no está dicho de todas las formas posibles.

En los últimos días, casualidad o no, me he encontrado con dos ejemplos que vienen a toparse con este pensamiento. Por una parte, una exposición de “Nuevos realismos 1952 – 1962”  en el Museo Reina Sofía de Arte Moderno de Madrid y la lectura del finalista del Premio de Ensayo Anagrama “Postpoesia; hacia un nuevo paradigma” de Agustín Fernández Mallo.

En la muestra artística se ofrece una selección de obras compuestas en el paso de la modernidad, dejando atrás ya las vanguardias y todas sus formulaciones más tardías; y que marcó los cimientos o la reflexión previa para pasar a lo que se denominó sin más “los sesenta” o la posmodernidad. Desde las salidas a la abstracción de los emergentes en los primeros años cincuenta, la exposición recorre un breve periodo artístico que generó en Europa y América una absoluta revolución. En cambio lo que buscaban era aparentemente sencillo, autores como Duchamp apostaban por el predominio del público sobre la obra de arte, y no de la intención inicial de artista; a la vez que Kelin ofrecía una búsqueda sobre las formas y colores puros, como quien simplifica hasta las últimas consecuencias el arte.  Pero la muestra se torna casi a un futurismo o mecanicismo, que casi recuerda a la parodia de Chaplin en “Tiempos modernos”, con construcciones motoras primitivas en busca de la performance y de la abstracción pura, como culmen del dadaísmo, que generan arte de forma autónoma.

Cuando uno se encuentra con estas muestras de la genialidad libre de los años que nos preceden, se sorprende de cómo algunos autores se pueden considerar a día de hoy “nuevos”, cuando su “atrevimiento” ya fue el de otros, aunque lo desconozca.  Lejos de esta crítica contemporánea, lo que nos ocupa es cómo se pretendió ir más allá de los límites del arte, hasta su mecanización y automatización (aunque algunos fueran camino de la comercialización masiva).

En la mentada lectura nos encontramos por otra parte una reflexión sobre la necesidad futura de una postpoesía. Según Fernandez Mallo la poesía de la experiencia y el silencio no han aportado nada de modernidad a la creación poética. No existe ni ruptura ni enfrentamiento con periodos anteriores. Esta crítica, sin embargo, no es nueva. Ya habíamos leído antes una crítica a la poesía actual por su falta de reflexión y teorización previa a la creación. A diferencia de otros momentos de nuestra historia literaria en que cada movimiento o línea de trabajo estaban precedidos o basados en algún tratado o declaración teórica, las nuevas corrientes suprimen este interés, y son sus publicaciones a posteriori las que intentan dar un cuerpo de defensa a la escritura realizada. El planteamiento de Fernández Mallo, aunque cuestionable en el fin, es interesante en el proceso y forma. Su defensa de la evolución de la poesía hacia un punto en que no se encuentre como ruptura ni como enfrentamiento, ni tampoco como continuidad o referencia a un momento anterior, sino que surja haciendo uso y nutriéndose del mundo en que se crea y las posibilidades que le ofrece. Diferencia entre el uso de vocabulario tecnológico y la inspiración tecnológica. No es lo mismo la creación audiovisual de una persona recitando poesía, que bien podría estar compuesta en los años cincuenta; que la construcción de un programa que genere versos aleatorios con palabras al azar. Ahí estaría según él la postpoesía. La composición poética con fórmulas químicas para una definición de amor, dependiendo de las reacciones de esas uniones podría ser otro de los ejemplos en los que la ciencia y la tecnología son la poesía, y no parte del vocabulario o el entorno de creación.

Cuando uno se encuentra con reflexiones de este calado, aunque pueda estar uno de acuerdo o no, se da cuenta de lo que queda todavía por crear. Resultan necesarias la reflexión y teorización para que podamos avanzar y evolucionar en nuestras creaciones. El mundo sigue necesitando del arte, de la poesía, pero ¿Cómo? Eso queda sólo en manos de los artistas – aunque los teóricos nos acompañen gentilmente-.

No hay comentarios:

Publicar un comentario