domingo, 5 de septiembre de 2010

A los ojos de ... Tina Suárez Rojas







Nadaré
ya lo creo que nadaré
los doscientos metros braza
de una a otra ribera del leteo
y apartado para siempre de mi vida
tu recuerdo
batiré por vez primera
la plusmarca del olvido


Cuando se enfrenta uno ante una de las poetisas más sorprendentes de la literatura canaria actual, siempre tiene la sensación de estar perdiendo en un juego con sencillas normas. Tina Suárez encuentra siempre la forma de jugar hasta el extremo, incluso de componer casi al modo narrativo, con la creación de personajes, alejándose lo suficiente, al menos en apariencia, de sus textos. Si permiten el asesinado lingüístico “despersonalizando” su obra. Y nada es casual por supuesto. Por más sencillo que resulten los versos, y en alguno casos cómicas sus imágenes, Tina Suárez ha urdido concienzudamente algún matiz que desprevenidamente se te introducen en la cabeza tras los silencios que suceden a la lectura. 

¿Juegas a Nadar lejos de tus versos para que nadie intente aproximarse a tu costa personal? ¿Para que el lector no arribe o naufrague en ti? … y en relación al poema Resulta especialmente curioso como, no sólo en tu caso, sino en gran parte de la literatura incluimos palabras, imágenes que desterraríamos en una composición que tiene visos de eternidad ¿Nos hacemos trampas al solitario conscientes de la intención de recordar aquello que confesamos olvidar?

Tina Suárez Rojas - En la introducción a tus preguntas hablas de “juego”, de “formas de jugar”, asociadas a mi poesía, y si partimos de apriorismos líricos, pudiera parecer que esto desvirtúa al poeta y sus versos, que no resulta convincente aplicar a la poesía esa facultas ludendi que nace con el ser humano, pero creo que el poeta es también un homo ludens incluso en sus poemas más desgarradores, el suyo es el juego, el sublime juego de la impostación, del desdoblamiento, de la armonía de contrarios, el juego que entraña a su vez el de la agudeza y arte de ingenio, ese que de modo imprescindible debe tener almacenado en su taller retórico todo poeta.

En cuanto a la primera pregunta te diré que lo que trato es de hacer comunicable una emoción, ficcionalizándola no ya desde el Yo autor sino desde un Yo poético que a menudo se vale de esa distancia  prudencial que otorga  la ironía, la voz enmascarada, la representación del mito en una experiencia cotidiana... Es una manera de evitar caer tanto en lo cursi como en lo patético, y creo que el juego también consiste en eso, en conseguirlo o no. Sabemos de sobra que la poesía es también un ejercicio intelectual, de lenguaje, y no basta con hacer un poema relajando los esfínteres hasta lo indecible, sin rigor técnico en la escritura, dejándose llevar por las “palabras” del corazón, porque como dice Enrique Lihn: “El corazón es pobre de vocabulario”. Te diré que no es que no quiera que el lector se acerque, vislumbre o arribe a mi “costa personal”, lo que anhelo es que mis versos sean su autobiografía.

Me comentas que resulta curioso cómo en gran parte de la literatura –incluido mi poema, dices- nos valemos de “palabras, imágenes que desterraríamos en una composición que tiene visos de eternidad”... Uf... Bueno es dejar bien claro que no hay que contar con la eternidad en esto de escribir, no vaya a ser que sea ella la que no cuente con nosotros, como alegaba el socarrón de Larra. Pienso, por otra parte, que existe en el proceso creativo de la poesía, un apartado litúrgico que implica la transustanciación de la palabra, de cualquier palabra,  para que adquiera esa dimensión mágica de la que hablaba Borges, llevarla más allá de su referencialidad, resemantizarla, en definitiva. A mi modo de ver esto es lo que trasciende el mensaje poético, que no se ha de forjar con todas las palabras del diccionario sino incluso con las más usuales, las diarias, las ilegitimadas, las niñitas excluidas que siempre visten el mismo traje, deseosas de que el poeta las ennoblezca e ilumine. Al final, la poesía es también el arte de extrañar, extrañar en la forma y en el contenido, y su conmoción estética no tiene por qué reglamentarse en el falso artificio del cuanto más difícil, más profundo y viceversa. Me parece  a mí  que la trascendencia poética no radica necesariamente en mirar hacia arriba hasta descoyuntarse la nuca o mirarse el ombligo hasta horadarlo, sino en desautomatizar nuestro día a día, en desacostumbrarse a nuestro mundo cotidiano, y cuestionarlo con esa capacidad de asombro que tiene un niño. Es claro que definitivamente todo esta dicho, y que no somos más que memoria, así pues creo de verdad que al final un escritor de lo que debe enorgullecerse –y vuelvo otra vez al maestro bonaerense- no es de lo que ha escrito, sino de lo que ha leído.

1 comentario:

  1. Es un placer siempre leer y releer los libros de esta poeta... pero no menos lo es atender a sus reflexiones y su manera de afrontarlas. Me he reído mucho con esa frase suya: "Me parece a mí que la trascendencia poética no radica necesariamente en mirar hacia arriba hasta descoyuntarse la nuca o mirarse el ombligo hasta horadarlo". ¡Qué bueno!
    AJP

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