Hablamos de una consolidada democracia tras treinta años de su inicio en nuestro país. Un sistema que nos ha dado los mejores años de prosperidad, libertades y mejoras en todos los ámbitos, pero que sin duda se nos queda cojo cada dos por tres.
La clase política actual se ventila el pastel sin invitar. Ellos parten y reparten todas y cada una de las migajas del sistema, lo vapulean a su antojo, saltándose las normas ebrios de trampas y "trapicheos", mientras nos mueven como masas "zómbis" con mítines vacíos de contenido, pancartas, visitas cada cuatro años, promesas repetidas en cada una de las convocatorias a urnas, y lo que peor resulta, permitiendo que quienes han demostrado no jugar limpio, continúen en la mesa, con una baraja entera en la manga.
Y no hay vergüenza ni se les pega. Una especie de plaga de indiferencia crecida parece llenarles el buche y son capaces de defender lo indefendible, creer sus programas - aunque ellos mismos los incumplieran la última vez que los publicaran - y crear una legión de seguidores capaz de dejarse la piel y la dignidad por un líder sin carisma, o lo que es peor, sin nada por lo que debiera ser líder.
Pero aun así, cada cuatro años, alguien pierde las elecciones y se eleva otro para superar con creces a su predecesor en mala gestión, desacierto, artimañas e ignorancia. Estamos en próximos a la fiesta de la democracia, pero vamos a ver si por una vez, dejamos de "bailar con la más fea".
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