Que Santiago Gil no es un poeta casual es algo que ya muchos sabíamos
y se denota perfectamente en este fantástico poemario. Él mismo se definía
“antes poeta que escritor” en alguna ocasión con un vino como excusa en una de
sus visitas a Madrid por el barrio de Lavapiés. Un vate certero y clarividente,
trascendente y de fondo. De peso como gusta decir a muchos críticos.
El libro que hoy nos centra, “Trasmallos”, se confiesa hasta en su
propio título como una obra de taller, de dedicación diaria, de madrugada.
Trasmallos, para aquellos lejanos al mar y que desconozcan su definición, es un
conjunto de tres capas de redes que los pescadores dedican a la pesca de fondo
y arrastre. Sin duda un nombre perfectamente elegido para esta obra.
Ya en el prólogo introductorio de otro grande de la poesía isleña,
José Miguel Junco Ezquerra, se introduce la idea de “recurrencia al pasado,
cantera de recuerdos desde donde extraer la necesaria explicación del tiempo
presente” acompañada de “lo que fuimos como base esencial de lo que somos y
presumiblemente seremos”. Así nos imaginamos a Santiago Gil con su trasmallo
arrastrando el fondo de su memoria y de su alma, para llegado a la orilla,
seleccionar la esencia, el germen, la materia prima de sí mismo, y
transformarla en alimento de su presente y motor de su futuro. Un trabajo arduo,
de cierto aquelarre existencial, quizás de cierto proceso iniciático, por
aquello de la muerte del pasado y resurrección en el presente, batiendo contra
la mar sus redes y buscando lo que ha de
quedar, y nunca debió esperar en el fondo.
Pero entremos de lleno en el poemario. El primero de los poemas,
“Caricias”, es fiel reflejo del discurso poético y esencial de la obra.
jamás se lo llevará por delante el alzheimer.
El poeta reniega de la retórica o de las fórmulas barrocas para
lanzarnos a la imaginación representación fiel de la escena poética. Recuerda
quizás aquella conversación en la que el poeta, ya anciano y enfermo, dice a su
compañera “no sé quién eres, pero sé que te he amado mucho”. El poeta no se
ancla en el sentimiento, sino en la memoria eterna de su representación sensorial.
En la expresión carnal vivida en plenitud y sin un fin más allá que la ruptura
del tiempo y el espacio, pues es eso, a fin de cuentas, el amor y la poesía. En
versos del propio poeta.
… nos queda algo de revolución.
Santiago Gil vuelve al recuerdo, a aquellos pedazos de historias
personales, a todo aquello que arrastra en el trasmallo y no es alimento, pero
si parte fundamental de su historia, sus tesoros.
Una colección de piedras y caracolas
marinas,
muchas
fotos con más de veinte años
Pero no se queda en el recuerdo y canta a la vida como “una insaciable
perplejidad” en el poema “La Fiesta”, casi una declaración de intenciones pero
sin aspiración de filosofía, sino de experiencia vivida y aprendizaje en los
pequeños detalles de la rutina humana.
Vivir es jugar al escondite contra uno
mismo,
disparar
todos los días a la ruleta rusa del azar,
gozar
nirvanas, cavar fosas,
El poeta se sincera. No pretende esconder el fantástico elixir
agridulce de la vida, que entrega sin complejos, desde la vivencia íntima, con
la generosidad de un padre o un amigo.
Como isleño, teniendo el mar como gran padre, como referencia, como
compañero vital, sin sensación de cárcel o aislamiento, nos dice.
Este mar triste de otoño en primavera,
una
avenida que atardece mojada por la lluvia,
bufandas
que ya estaban olvidadas en los cajones,
Toma el mar como paleta sensorial, como atrezzo sentimental para el
poema. Se reconoce en cada imagen el llanto del momento, la explicación gris,
de “domingos aburridos e interminables”. El mar acompaña mientras el amor se
aleja, aunque espera no sea futuro la imagen que vive para ninguno de los dos.
Vuelve al mar, como ya nos adelantaba el prologuista, a personificarse
con la claridad y sinceridad de los versos de Dámaso Alonso, recorriendo la
modernidad del éxito; pero con la misma desazón y turbiedad de Gil de Biedma.
Y regresas a casa, tambaleante y turbio
manchado
con el sexo sucio de la madrugada,
vuelves
como esos barcos oxidados y tristes
Santiago Gil recurre con asiduidad a los mismos escenarios pero se
descuelga en su poema “Matemáticas” con una composición meta poética. Nos habla
del poema, de su composición, volviendo nuevamente a huir de lo platónico y
retórico de este tipo de versos, y describiendo con dirección unívoca y
brillante el proceso creativo.
El poema lo escribes cuando no estás
escribiendo.
Después
puedes hablar de inspiración,
Para confesarnos.
Ya todo lo habías escrito mucho antes.
El poema visto como consecuencia, como resultado de la experiencia y
la reflexión macerada. No como un “fogonazo casi milagro” en palabras del
propio autor. El poema como expresión última de lo vivido, como conclusión en
busca de la trascendencia o universalidad del sentimiento.
Y casi en el centro del libro, el poema que da título al mismo. Una
genialidad destacable del poeta, en el que recoge la idea de trasmallo para
decirnos, y creo que en este caso merece que lo cite completo.
El mar lo va arrastrando todo,
lo
que somos y lo que éramos.
En
las orillas recogemos siempre las miradas.
Los
trasmallos no solo atrapan peces luminosos.
Recurre luego, en el poema “Preludios” a una idea que a muchos poetas
nos asusta, aunque hayamos tardado años en descubrirla. El poema como vislumbre
de lo que tiene que suceder, como clarividencia, o como sencilla evidencia
clarificada de la realidad del alma y la mente, cuando la marea revuelta y de
fondo no permite traslucirlo todo.
Son los versos los que avisan de las
lluvias.
Como
los huesos desgastados,
como
los pájaros que enmudecen.
El poeta se confiesa, como decíamos al inicio, poeta antes que
escritor o narrador. Y así parece decirlo en su poema “Regresos” donde nos
habla de la inevitable vuelta al poema, para continuar en “Escribientes” con
una daga elegante hacia los otros, pues “otros fingen. Tú escribes”.
Pero vuelven las borrascas a las páginas de “Trasmallos”.
La lluvia acerca los océanos
y
va recogiendo la sal de las lágrimas
en
todas las desembocaduras del alma.
No
hay borrasca que no descargue ausencias.
Vuelve al mar para elevarlo a la esencia de Luz Primordial o materia
prima. Del mar se carga el cielo y de este se descarga la ausencia. Un círculo
creacional del paisaje en torno a la vida y al propio poema. Una
transfiguración de ese mar de otoño en primavera antes mentado, en un cielo de
borrasca. En ese mismo tono gris pero ya
tornado a supervivencia, a observación del exorcismo pasado, el poeta
reflexiona y nos dice.
No reniegues nunca de tu sombra
Para dejar como sentencia.
El cuerpo nunca se proyecta más allá de la
carne.
En
cada sombra hay un esbozo de tu propia alma.
El poeta recurre no sólo a la imagen isleña, sino también a vocablos y
sentimientos propiamente insulares. Así lo hace en su poema titulado “Magua”
para definirla con acierto en las sencillas imágenes del tedio y la rutina.
Así continua Santiago Gil con una serenidad reflexiva y poética. Desde
los primeros poemas cargados de desazón, duelo y cierta búsqueda circular tras
la pérdida y el desconcierto, vuelve a la serenidad reflexiva. No circunda ya
los escenarios. Centra la imagen, la sitúa en el atril del presente, ni en el
altar ni en el barro, y melodiosamente la desgrana. Ejemplo fantástico de esta
nueva postura es el poema “Remansos”, así como “Pompas”.
En “Hotel California” nos descubre uno de las composiciones más
sencillas y especiales del libro. Distancia entre lo que ocurre en el mundo y
lo que ocurre al tú poético. Pero es en sí una misma vivencia. Fuera siguen los
sueños, como muchas veces en meditación interior el artista reconoce en quienes
les rodean o a quienes observa. Todo camina conforme la naturaleza obliga,
“unos jóvenes músicos rockeros que todavía sueñan” nos dice Santiago Gil. Pero
en el interior, en la profundidad, en la lejanía de ese tiempo de sueños,
ilusiones y futuro idealizado, el tú poético es avisado. El poeta no existe en
el poema sino por la profecía. Por la observación del mundo que camina como
debe, y la observación del evento natural transfigurado en el sentimiento de a
quien se dirige. El poeta ya no referencia el yo, ni se centra en lo que sucede
en él, sino que comienza a leer lo que le circunda. Y si acaso se refiriera a
él mismo, lo toma con la sana distancia del impersonal. Sana pues ese espacio
entre el autor y el poema, entre lo que hace y lo que siente, entre la
descriptiva de lo que observa y lo que sucede, es sin duda, una postura sólida
de reflexión y avance.
Este libro de Santiago Gil, “Trasmallos”, tan acertadamente publicado
por “La Discreta” nos trae a la memoria ese poema de José Manuel Caballero
Bonald “Guárdate de Leteo”, que en su final sentencia.
… ese recuerdo que defenderé,
que
me defenderá
contra
la sordidez de la virtud.
O un derrotado Ángel González que descubre al fin lo que ha dejado
atrás emprendiendo el viaje natural hacia adelante.
humeantes pedazos de tu casa,
veranos incendiados, sangre seca
sobre la que se ceba —último buitre—
el viento.
Un libro esencial y referencial
de la obra de Santiago Gil, que nos descubre a un escritor, ante todo poeta,
que se vuelve a entregar al lector con la humildad, certeza, delicadeza y
brillantez como pocos autores.
Un trabajo ejemplar, como ya
indicamos al principio, nada casual, que resulta de la permanente creación como
resultado de la reflexión y observancia, con la sana intención de amar la
palabra y el silencio, y trascender a través de estos a la universalidad de las
almas imperecederas.
Desde la experiencia, pero no
sólo por la experiencia, sino por la grandiosidad aprendida en ella. Desde el
silencio, pero no por la elevada atalaya de la observancia, sino por la
universalidad de los detalles con los que entender el mundo, y a través de este
a uno mismo. Desde el pasado, pero no por derrotarse en la propia derrota, sino
para recoger amarras, despedir el puerto y lanzarse al mar con maestría. Desde
la rutina del trasmallo, pero no para quedarse en el arrastre pesado de las
figuras y decoros, sino para crecer en el poema con aquello que en esencia es,
y en alimento transforma.
Bienvenidos y bienhallados en la
orilla de Santiago Gil, donde en la arena, sencillamente y sin pretensiones,
nos habla, como un murmullo de oleaje, a veces otoñal a veces bravío, en
tiempos de mar de fondo, de sus Trasmallos.
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