martes, 27 de julio de 2010

La maldición de un maldito, La Inmortalidad; Presentación de el "Don de Vorace" de Felix Francisco Casanova








Presentación de la novela “El Don de Vorace”  de Felix Francisco Casanova (ed. Demipage) en el CATH 2010 (Madrid)


A los 17 años Felix Francisco Casanova escribió, en tan sólo 44 o 45 días, la novela que hoy presentamos, “El Don de Vorace”. Este joven, nacido en la Isla de la Palma en 1956, se ha convertido quizás en el mayor de los temores de su personaje; en un ser inmortal.

“El genio se compone del dos por ciento de talento y noventa y ocho por ciento de perseverante aplicación” dijera esto o no Bethoven, el caso es que Felix Francisco Casanova, según cuentan quienes le conocieron o le han estudiado, podría romper la realidad propia de la estadística. En el autor canario son muchas las realidades que conviven y conforman su excepcionalidad. Se trata de un joven criado en un entorno propicio para su creación, pues ya su padre, Felix Casanova de Ayala, fe un gran poeta postista; y eran habituales las tertulias y encuentros en torno a este y sus compañeros de generación.  No obstante, si bien la cuna no es mérito de Felix Francisco Casanova, si es propio su conocida afición, adicción o vicio hacia la lectura. En su caso, el trabajo, la propia escritura, era más una consecuencia de todo cuanto entraba por sus ojos y su mente devoraba. Una mezcla entre el propio divertimento de quien se sabe con chispa o con especial don para esa forma de juego, y aquello que diría el dramaturgo Lessing El que sabe mucho, tiene mucho de qué preocuparse.”. A todo esto, no en vano, se sumó su pasión por la música, especialmente por el rock, cuya estética compartía y creaba dibujando carátulas de álbum, o haciendo de algunos de los temas de esta moda, la banda sonora de sus creaciones literarias, e incluyéndolos en sus versos.

Pero esa mente en revolución constante, en guerra permanente con todo y consigo mismo, chocaba sin duda con una personalidad vital y divertida. Es quizás esta dicotomía, la personal e íntima melancolía enfrentada a la pública fuerza, lo que da resultado, posiblemente, a gran parte de su obra, muy especialmente a su poesía.
Se trata para muchos de un insultante genio. Este adjetivo algo de excesiva contundencia, quizás, quiere definir el posible sentimiento que debió suscitar para muchos el que, un joven escritor como él, fuera el centro de atención de otros grandes o ya consagrados.

Hoy presentamos la novela “El don de Vorace”, como ejemplo destacado de su producción, pero ésta también cuenta con una interesante obra poética como su libro Una Maleta Llena de Hojas, el diario personal, o la novela El Invernadero por la que recibiría el premio Julio Tobar.

Lamentablemente el mito, esa malograda inmortalidad, se ha cernido sobre Felix Francisco Casanova por las extrañas causas de su muerte, en 1976, con tan sólo 19 años, que muchos han visto reflejada en el último poema escrito y dedicado a su novia.

a María José

Amaneciendo y anocheciendo
a un mismo tiempo,
cariño, ¿no es ésta la forma
en que te gustaría vivir?
En mi cabeza hay un álbum
de fotos amarillentas
y lo voy completando con mis ojos,
con los más leves ruidos,
atrapando olores en el aire
y en cada sueño que sueño.
¿Sabes una cosa, pequeña?
La última página de mi álbum
tiene tu boca lluviosa mordiéndome un labio,
un disco de rock’n’roll
y calcetines de colores.
Mis ojos han sido rápidos,
te he hecho el amor con la ropa puesta
a través de una
larga pajita dorada
mientras cruzabas la calle
con el cabello ardiendo.
Pero ahora son tus pies
quienes dan mis pasos,
¡así que no te equivoques
pues me caería!
Te bebo en cada vaso de agua
que sacia mi sed,
mis palabras son claras como niños pequeños
o espesas como semen empapando cortinas,
pero hoy tengo que inventar
un nuevo idioma
para conversar con tus tiernos maullidos eléctricos
y los gritos de euforia
de la gente que vive en tu cabeza.
Debes saber que a veces
soy como un entierro interminable,
siempre triste y azul
subiendo y bajando
por la misma calle.
Pero otras veces soy un río de risa
corriéndome por toda la ribera,
haciendo el amor a la mar,
una felicidad contagiosa,
un revólver de amor, nena,
y voy a disparar justo a tu corazón
¡bang, bang!
¿te di?
Quiero arrollarte, enrollarte y arrullarte,
montaña de aguardiente
y tarde rojiza.
Eres un buen momento para morirme.

Poema incluido en el libro La memoria olvidada (Hiperión; Madrid, 1990).

como dice el propio Aramburu en el texto introductorio, no garantiza la calidad literaria este prólogo a su propia muerte.  “Confieso cierta resistencia a experimentar sorpresa cada vez que un poeta predice su muerte y, luego, en efecto, muere. (…) Supone en cualquier caso, una desgracia, no un valor literario”. Pero aun así, su continua alusión a la muerte y a imágenes violentas en gran parte de su obra, o la propia novela que hoy presentamos, han empujado aun más a esa imagen de escritor maldito.

Resulta paradigmático que alguien, tan tempranamente, vislumbre una problemática que puede quedarle lejos o resultarle inverosímil: La inmortalidad.

Bernardo Vorace, que así se llama el protagonista de la novela, por la que recibió el Premio Pérez Armas, comienza en la primera de sus páginas con un tiro en la sien, dándose cuenta así de su condena. Serán tras este, varios los intentos por acabar con su vida, y por tanto también, amplio el espectro de imágenes, pero sobre todo de discursos e ideas sobre la muerte. Plomo en la cabeza, el cuerpo agotado de las caídas por la ventana, y el corazón cabalgando entre Marta, como personificación del amor imposible, y Débora desde la posición de amor agobiante y ser exacto,  que no por casualidad, es mecanógrafa para el viejo David.

 Al decir de  Schopenhauer: "El desear la inmortalidad para el individuo es realmente lo mismo que desear perpetuar un error por siempre; porque en el fondo cada individualidad es realmente sólo un error especial, un paso falso, algo que mejor no sería, de hecho, algo de lo cual el propósito real de la vida es el sacarnos”. La inmortalidad como la continuidad de un error, o como error en sí mismo; Incluso lo que para muchos sería la pérdida de la belleza de la muerte, o del dominio creativo del fallecimiento o la autoría de su creación; son algunas de los discursos que podemos leer a lo largo de la historia de la literatura sobre la muerte, la inmortalidad y el suicidio.

Se trata de una narrativa eminentemente lírica, con un exquisito dominio del lenguaje, o mejor debiéramos decir, con un elegante pero genial juego con el idioma. No teme hacer uso de cultismos, atreverse con los límites de nuestro léxico, e incluso, como ya hizo en algunos de sus poemas, aportar su propia creatividad a nuevos términos. Le preocupa bien poco la trama, y le interesa mucho más la construcción, casi a modo de ensayo, de los pensamientos y divagaciones sobre los temas principales de la novela.

El propio prologuista de la edición se cuestiona si ha de tratarse esta obra como novela y nos dice “si aguanta la definición de novela. Contiene personajes, una dirección argumental y un simulacro de desenlace. Pero también obstinarse en clasificar esta obra dentro de un género determinado no ayuda a entenderla del todo”. La fascinación de Aramburu por el autor está más que justificada por su propio conocimiento del legado  de Casanova. Dice de éste que es “único”, “inalcanzable” y “cristalino”, y que “no es explicable dentro de nuestra tradición literaria” al referirse al punto de humor y crueldad creativa.

Eduardo Laporte se pregunta, en una reseña que realiza sobre la novela, “¿Qué nos encontramos en El don de Vorace, a qué tanto jaleo? En primer lugar, una obra ágil, rica, fresca, espontánea, de un lirismo que rompe con la tradición, una prosa poética libre, nueva, deudora de nadie pero consciente de la tradición”. Y es cierto. Esa brillantez y viveza lírica, esa precoz pero libre forma de escribir, y por supuesto, el bagaje cultural y literario que llevaba en sus jóvenes espaldas, le da el mejor estandarte con que presentar y defender la obra.

Posiblemente sea todo esto lo que permita a una novela sobrevivir a treinta y tres años de vaivenes, y continuar moviendo las mentes de los lectores, las páginas de los dominicales y las palabras de la crítica. Como ejemplo, y confesando así el más que supuesto por ustedes interés de quien les habla por la obra poética de Casanova esta composición titulada

 

Suelo quedar dormido.


Suelo quedar dormido
mirando la luz de una vela,
en mis sueños la llama incendia la noche
que cae como el telón al final de una tragedia,
el fuego sigue creciendo como un niño interminable,
en el sótano perecen los fantasmas olvidados
y en las calles sin salida
mis amigos se agolpan temblorosos.
Esa música crujiente
que avanza como un ejército de muertos,
el viento inflamable que destroza las estaciones
como la coz de un caballo en libertad,
así de fuerte es mi venganza,
así me ahorco con la soga del campanario
para que os persiga la música de metal
que mata.
Y nunca más haréis el amor
ni oleréis ese manjar que es el agua.
Pero cuando el tren del sueño
se detiene, es imposible describir
la tristeza que retorna a mis ojos,
testigos ridículos de ese trozo
de cera que se está consumiendo.

Félix Francisco Casanova
de
 La memoria olvidada. (Hiperión, 1990)

El propio Eduardo Laporte, analizando las posibles tachas de la obra, indica un posible punto de vista del lector En la parte de los deméritos, cabría preguntarse sobre el fin último de esta novela, más allá de un juego, divertimento, experimento y feliz vómito literario. Queda en el lector, al menos en este lector, una cierta sensación de asistir a las perfectas piruetas del niño prodigio, pero cuya razón de ser no acaba de entenderse bien”. Mas el propio Felix Francisco Casanova prepararía para la primera edición de la novela, el siguiente texto donde expresaba muy acertadamente sus intenciones sobre la obra.

Estas son algunas de las cosas que viví, soñé e imaginé durante cuarenta días del verano del 74, y no estarían en sus manos si no fuera por eso que llamamos "literatura". El resultado del juego no tengo la menor idea de cuál es. En cierto modo puede que sean las aventuras de un extraño individuo que no dudo que sea un trozo de mí. Ahora, sólo unos meses después de la gestación, no recuerdo exactamente los motivos que me impulsaron a escribir esos folios y no ratifico algunas de las ideas que quizás expresé. Lo que sí recuerdo es que intenté aniquilar a cualquier bicho viviente, mito, institución o moralidad que cayese en mis manos. Yo, que creo que no creo en las palabras y, sin embargo, me divierto con ellas, que creo en la incomunicación, pero intento comunicarme, no podría hacer algo con lo que siempre estuviera de acuerdo y, naturalmente, esto no es una excepción. Aquí hablo, llevándolo todo a un caso extremo, de las situaciones ridículas, el no poder fingir ya más, el hazmerreir de la justicia humana y divina, el amor a los pequeños detalles, los ritos íntimos, las revoluciones de cada día, la cama y el altar, las sensaciones solitarias que tu vecino nunca conocerá, los fantasmas que cada cual arrastra... y tal vez lo más importante: cuando las ilusiones que nos sostienen se derrumban como en una mala noche de Reyes, cuando esa maravillosa meta no es más que un estercolero y tampoco quieres mirar atrás.

Esta es una "nota" entre tantas "notas" que podría haber escrito sobre una "novela" entre tantas "novelas" que podría haber escrito acerca de uno de mis tantos "yo". De todas formas tampoco estaré de acuerdo con esto dentro de cierto tiempo, ¡pero qué le vamos a hacer!... Yo soy mi propio abuelo viendo a mi infancia jugar.


                                                               Félix Francisco  Casanova
                                                                                                                                   Enero  75

Tras leer al propio Félix Francisco Casanova hablar y defender su  obra, con esa forma de justificarse y contradecirse al mismo tiempo, de afirmar y asegurar negarse, de entenderse y buscarse explicación posible, creo que todos comprendemos mucho más al autor de “El Don de Vorace” o no.  Poco importa si al menos hemos conseguido llamar a la curiosidad y a la lectura de su obra.

Queda ahora tan sólo el mejor de los estudios e investigaciones posibles. El que ustedes realicen íntimamente en su salón, en el metro, alguna cafetería o la veraniega terraza junto a la piscina. Y por supuesto, para la editorial, el trabajo y el disfrute de continuar editando muchas veces más esta obra, y  dar a luz a las restantes de este genial autor, que Rimbaud o no, es seguro, un más que interesante ejemplo de la literatura canaria, y por tanto, universal.




Luis Antonio González Pérez
23 de julio de 2010 - Madrid

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