No recordaba haber estado allí. Ni tan siquiera por donde ir para encontrarme con esta sorprendente ciudad coronada por una muralla medieval de tales dimensiones y grado de conservación. Pero cuando llegué, entrando desde la carretera que viene desde el Barranco de la Oz, reconocí sin dudarlo a esta gran capital de comarca.
Sus grandes viviendas señoriales, la potencia de sus iglesias románticas y góticas, la arquitectura de la zona, que ya nos acerca más a la arquitectura del norte de La Península, es de calles más cerradas, altas edificaciones, potentes plazas y una judería, recién restaurada, que no deja indiferente.
Coincidiendo con las fechas de la Semana Santa, todo el mundo parecía encontrar en la ciudad a cuantas personas llevaba años sin ver. Un tiempo de pasión y recogimiento, se tornaba en Molina de Aragón a fiesta y excesos. Las calles repletas de cofrades y bandas de música, chocaban con "Los quintos" bebiendo en las terrazas y algunos que ya sumaban algunos vinos de más volviendo con cánticos y danzares ebrios a sus casas.
Sonaban campanas de procesiones. Se afinaban los músicos. Comenzaba el retumbar de tambores.
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