Decía
Rainer María Rilke en sus famosas Cartas
a un joven poeta que “procure encariñarse
con las preguntas mismas, como si fuesen habitaciones cerradas o libros
escritos en un idioma muy extraño. No busque de momento las respuestas que
necesita”. En Los vértices de un mundo
redondo el grancanario Mariano Rupérez Pérez, joven y ya laureado poeta,
establece un diálogo entre una prosa poética, con ritmos que se asemejan a los
de un diario, pero con una nada casual elección de los temas, imágenes y
sensaciones expuestas, que dan pie, invitan o contestan a algún poema.
A pesar de lo sencillo que pueda resultar el planteamiento,
el esfuerzo que realiza por dar cohesión, hilo y sentido a la construcción del
libro, demuestra una reflexiva y ardua tarea de creación, que no corresponde en
ningún momento a un poeta que se inicia, sino a quien ya disfruta del gusto de
experimentar y salir airoso de las pruebas.
La conversación con el tú poético, con esa mujer que recibe
los amores y resplandores de los versos de Rupérez, a veces rezuma ecos de
relato o novela, como una intención oculta o futura del autor; y otras tantas
de epístola, raíz perdida quizás de las relaciones literarias, y cuna de mucho
taller de los poetas.
Quizás
el planteamiento de este volumen de Mariano Rupérez entrara en cuestión si lo
tomara entre sus manos cualquier purista de la poesía, o lectores habituales de
este minoritario, para disgusto de muchos y falso orgullo de otros, alma de la
palabra; la poesía. “La poesía es más profunda y filosófica que la historia”, frase que
atribuyen a Aristóteles, quizás
justifica la estrategia narrativa del autor: contar una historia y demostrar
que en los poemas cualquier espacio tiempo se crece sobrepasando límites
dimensionales.
En cualquier caso, hasta para esas voces más
academicistas del verso, los poemas de nuestro autor se defienden perfectamente
por si mismo, sin ayuda, apoyo o enmarque de las prosas que los circundan; si
bien hay que decir, que no creemos que estos sean tan sólo eso, sino que bien
podrían ser tratados de prosas poéticas o poemas narrativos.
Como todo poeta, Rupérez hace suya la necesidad de
tomar los temas que conforman el bestiario filosofal del poeta; el amor, la muerte,
el tiempo y la propia creación poética. Lejos de ser una crítica, esta
afirmación, es una muestra más de que nuestro autor no teme retomar los
cimientos de la poesía, pues como bien se ha escrito “poco importa hablar de lo
mismo, si uno tiene una nueva manera de contarlo”. Además, todo vate que se
precie debe enfrentarse a su propio santuario vital y encontrar en el su
definición y testimonio, de forma tal que, iniciado el camino, pueda adentrarse
en todas las realidades que circundan a cada uno de estos temas, que son al
fin, las mismas preguntas que tras los siglos todo humanista a tomado como
propias.
Dice Joan
Margarit en una genial edición de Nuevas
Cartas a un joven poeta, donde deja en la cuneta a otros cohetéanos que han
intentado, con éxito editorial pero no literario, lanzar un nuevo ensayo sobre
la poesía, que “la poesía no es la antesala a la soledad, sino la soledad
misma”. De este modo igualmente Rupérez entra casi desde el inicio del libro en
el tema de la soledad del poeta frente al mundo, la exclusión que un joven, o
no tan joven, puede sentir cuando su mente marida con sus sentimientos y lo
mueve a alguna revolución más que la media.
[…] Enfadado, me pongo tampones en las ideas
y cuando creo que puedo dormir,
llega mi soledad desnuda
y se tumba en mi cama.
Solo quiere que durmamos abrazados. […]
El poeta
que toma como excusa poética la ruptura de un espejo, nos lanza reflexiones y
sentencias entrelazadas con ingeniosas ironías y entretenidas anécdotas
[…] que para ser perfecto hacen falta varias imperfecciones.
Él me respondió recordándome que eso era algo que yo también tuve que
aprender.[…]
La
sensualidad de sus versos se abre paso de una forma genial con figuras e
imágenes con chispa y una tonalidad equilibrada y dispuesta
[…] El silencio se estira hasta tus
ingles,
que me susurran sencillas
sin
tilde
- por eso las entiendo
-; […]
Como
corresponde, Rupérez trata otro de los temas clásicos de la poesía, el devenir,
el destino junto con la fugacidad de la vida en un buen número de textos del
libro. Quizás una de las imágenes más potentes sobre esa referencia sea con la
que cierra antes de adentrarnos en Tintas
Clandestinas.
[…] Somos esclavos de nuestras circunstancias,
mas yo les esquivo la mirada, las ignoro
y las olvido
todos
los días,
en algún momento.
La música
es un referente en muchas líneas, otras tantas es una razón genial o un entorno
sobre el que construir la realidad poética y personal de nuestro autor. Desde
una cama cubierta con vinilos a unos versos tan geniales como los que dicen:
[…] Cuando resuenan mis temores
intento silenciarme el alma
a destiempo;
pero me rindo
- como siempre –
y acabo haciéndome un solo a capela
- para recordarme que
sólo tengo orejas,
atormentando un poco más
la lluvia incesante de mis adentros.
Además el propio poeta se confiesa como una posición
defensiva frente al mundo, como una acción de exorcismo o la construcción de
una irrealidad más habitable y amable, o quizás no.
[…] Me defiendo del mundo
Literaturizándolo,
Versificándome.
[…]
Por supuesto hay que adentrarse en otros aspectos
del libro para que nuestra lectura, además de en profundidad y analítica, sea
también constructiva y medianamente objetiva. Por supuesto, como en cualquier
otra creación artística, la opinión de un lector/observador, no vale más que la
del propio autor o de cualquier otro, por lo que sólo tiene el peso responsable
de la sinceridad y el atrevimiento.
Lo primero que desde nuestra visión, meridianamente
estética, choca es la justificación inferior izquierda de la mayoría de los
versos. Deja una sensación de ninguneo
al poema, y no le da el espacio y marco que una lectura versada necesita, a
nuestro parecer. Algunos de los poemas al estar tan incluidos y con poco
espacio de la prosa no toman la importancia y presencia única para quien toma
el libro en primera lectura.
Un malditismo muy bien evolucionado hacia un
tratamiento interesante e ingenioso del vocabulario urbano y de las imágenes
propias de nuestro tiempo, se ven a veces cercenadas con construcciones que
bien tienen sentido sabiendo de la formación filológica del autor, aunque
reducen la contemporaneidad y singularidad de los versos.
En algunos casos los textos narrativos pueden
deslucir los poemas, pues si bien, la composición versada es de gran talla, la
prosa que lo enmarca puede resultar de menor peso y rebajarla.
Pero sin duda para los que seguimos a través de su
blog su evolución, y hemos leído con detenimiento y estima este libro, nos
encontramos ante un poeta que es capaz de lograr en su personal paisaje lírico
una poética o lenguaje propio, que no pretende, ni necesita, parecerse o emular
a otros contemporáneos, y que destaca sin esfuerzos.
Además la continuidad de su obra, y por tanto la
madurez del poeta en ella, se puede seguir, ofreciendo por tanto un itinerario
interesante y enriquecedor al lector, y también al propio Rupérez. Su gusto por
la innovación, por el disfrute coherente de su obra, pero sobre todo, la
humildad y tesón con el que trabaja, dan buena cuenta de un futuro más que
interesante de la obra y el poeta.
Desde esta pequeña atalaya que da lo vivido y
escrito en este mundo que muchas veces adolece de poco interés por lo de los
otros, y demasiado gusto por el hundimiento de los nuevos navíos de la poesía,
recomendamos la lectura de Mariano Rupérez Pérez y este libro de Los vértices de un
mundo redondo (Beging Book) que ya con esa gran
presentación a modo de título lo merece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario