Los premios literarios, como la
política o la economía ̶ perdón, corrijo, la ingeniería financiera ̶
parecen corroborar la tantas veces cuestionada teoría de cuerdas. Nueve
dimensiones para entender como vibra el mundo, demasiadas veces, erráticamente.
Entre quienes rechazan y se convierten
en estandartes éticos del mundo literario, quienes los reciben sin haberse presentado
al certamen, o los que, si no están presentes como jurado, es que lo estarán
como galardonado, no hay quien mire unas bases y no le entre la risa como con
la mejor tira cómica.
En España hay 8116 municipios, unas 40
diputaciones y cabildos, 17 comunidades autónomas, y más de 100 fundaciones,
colectivos o centros dedicados a la literatura de algún tipo, sin contar con
las editoriales, que nacen y mueren casi en el mismo acto. Podríamos estar
hablando, aunque sólo el cincuenta por ciento de estas los convocaran, de más
de 4000 premios literarios y sus distintas categorías.
Los más modestos cuentan con un “concejal
que le gusta leer”, el director de la biblioteca municipal, un escribiente
local y algún otro para otorgar, muchas veces llevado por el cariño, la pena o
la falta de opciones, un premio literario. Sinceramente, estos, poco daño hacen
y hasta habría que estarles agradecidos. Una función social como otra
cualquiera.
Cuando uno sube las instancias nos
encontramos con lo que podríamos considerar los “premios de partido”, es decir,
escritores que van recorriendo las instituciones afines a su régimen, miren a
su izquierda o a su derecha. Aquí, como en todo, hay turnos. Un año como
premiado, otro como jurado, y siempre un editor esperando lo que reste del
banquete para anunciar mil ejemplares, número que sólo tendrá como real en el
anuncio. Luego 100 impresiones de rigor, y a embolsarse el resto. Algún reportaje
en la prensa local, un cáterin a cuenta del contribuyente, dos fotos, y para
casa hasta el siguiente año.
¿Y qué sucede si subimos a los
altísimos parnasos? Nada. Absolutamente nada. La misma turné. El niño en el
bautizo, el novio en la boda, en el entierro el muerto, la puta en la cama y en
el certamen: jurado, padrino, mecenas o premiado. Días alternos, años
bisiestos, o fiestas de guardar, los mismos cuatro parten y se comen el pan,
sin rubor a las dedocracias, la endogamia, y la falta de criterio. Pues como en
toda dictadura, en la cultura, siempre vuela más alto el carroñero que el
rapaz, y corre más la hiena que el lobo.
Y como diría un gran poeta, ya
fallecido, que no nombraré, cuando le preguntaba, yo apenas redactando mis
primeras líneas: El mejor premio posible, es que nunca salgas en el acta de un
jurado de un certamen de poesía.
Tan joven y tan consciente.
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