Busca una silla cómoda y sitúate
delante de tu puerta bien cerrada.
Arte nuevo de
no ir a ninguna parte
Santiago López Navia
Ha llegado hoy a mis
manos el último poemario de Santiago Alfonso López Navia, Arte nuevo (Entre tantas
asperezas). Digo a mis manos, porque aunque los medios y las
tecnologías nos permiten trabajar más ágilmente con los compañeros y sus obras,
me he visto en la obligación de hacerlo papel para degustar el tacto a la vez
que resonaba el eco de sus versos en mi escritorio. Galardonado con el Premio XXXI Certamen Poético Villa de
Sonseca, el propio autor comenta en alguna entrevista que el volumen nace
de una profunda crisis de doble resultado: una más honda, la vertida en esta
obra; y otra, en otra composición, de tono más jocoso.
Seguro que el lector
ya habrá recordado al leer la portada que el título llama a algunas de las
composiciones más gloriosas del Siglo de Oro de la Lengua Española. Por un lado
Lope de Vega crea Arte nuevo de la Comedia,
y un ya maduro Cervantes escribe Arte
nuevo de hacer novela. Dos esenciales de ese periodo de cambios y
genialidad creativa. Si bien en el caso del volumen que presenta López Navia
existe, como en gran parte de su obra, siempre hay referentes clásicos, este
volumen no es un manifiesto artístico o de estilo, como lo son los mentados. En
este caso parece que lo que nos ofrece el poeta es una guía de viaje, del más
propio y personal, el de la vida misma.
Decía Fernando
Pessoa, autor que nuestro poeta usa como entrada al libro, que “ser poeta no es un ambición mía, es mi
manera de estar solo”, cita que no deja de sorprenderme, ya en la
relectura, por lo conciso de la definición de un vate para cualquier tiempo. Se
nos antoja imaginar a Santiago López Navia, como en su poema Arte nuevo de no ir a ninguna parte,
frente a una puerta cerrada haciendo la compleja asimilación de todo cuanto queda
al otro lado.
El resto es
digerir.
O reventar.
Arte
nuevo de la amargura.
López Navia abre el libro con un poema,
Arte nuevo del desarraigo, que invita
a marchar, a avanzar a toda costa, al sacrificio del viaje “Es tiempo de abrir vías en la roca / sin
estribos ni mazo / y de escalar sin cuerda y sin arneses / los riscos afilados.”.
Quizás un reconocido triunfo al hombre del nuevo siglo, que cada vez más, no es
de ninguna parte, o sufre en todas las geografías un lastre de destierro de su
propio paraíso interior inhabitable. “regar
con las cuchillas de la escarcha / la
flor del desarraigo.” culmina magistralmente el poema.
El poemario, compuesto en gran medida
en versos endecasílabos, incluso con algún soneto entre sus páginas, viaja
entre la composición reflexiva y serena de quien observa el mundo y lo versa, y
quien, en un sinfín de ocasiones, rompe el silencio que lo ha regido durante un
tiempo, para afilar cuchillas y garras ante la decepción y la desesperanza. El
primero de esos sentimientos tiene un poema que lo define con acierto “Siempre arriesgaste mucho en cada mano, /
descubriendo tus cartas mientras otros / supieron combinar sus comodines.” A
pesar de pedir mesura, equilibrio y recelo para evitar la decepción frente a
quienes se aprovechan de los órdagos ajenos, el poeta parece invitar al envite
o al farol, como una forma de vivir sin límites, con arrojo, hacia la aventura,
sin miedo a los errores, como se podrá ver en otro de los poemas, Arte nuevo del error, donde López Navia
nos dice “Renuncia a completar el
inventario. / No cabe teorizar ni anticiparse. / No trae mucha doctrina la
experiencia / ni hay manual de errores sin errores.”
El poeta parece permanecer sentado en
esa silla cómoda frente a la puerta hablando a un tú poético que bebe de la
experiencia y la reflexión de lo vivido, pues como bien diría Joseph Jaubert “Los poetas tienen cien veces mejor
sentido que los filósofos. Buscando la belleza encuentran más verdad que ellos”, y se nos antoja le contestará Juan Ramón Jiménez “el poeta no es un filósofo, sino un clarividente”. No es en ningún
caso, ni lo pretende formalmente, un poemario de urgencia. No parece haber sido
disparado a bocajarro, ni tampoco haber surgido de una lucha interior
convertida en batalla frustrada o francotirador ajado. Lo vemos en el poema Arte nuevo de la lucidez donde el poeta
prefiere la lucidez, cierta independencia, conciencia de lo propio, antes que
dejarse mecer por cantos de sirena y aplausos o insidias. Esto nos demuestra un
discurso interior equilibrado hacia si mismo, en vez de andar lanzando dagas al
aire y a otros, sin medida. Le importa comprender y comprenderse, y tras eso,
extender su aprendizaje al tú poético, pero con medida. Invita siempre,
pregunta, cuestiona, ofrece el pensamiento y la experiencia, pero nunca fuerza
la idea ni el conocimiento. Como buen humanista, parece supurar entre sus
versos cierta mayéutica, o alguna iniciación, como en el buen conocimiento del
universo a través de las pequeñas cosas. En palabras de Rabindranath Tagore “La poesía es el eco de la melodía del universo en el corazón de los
humanos”.
Los últimos poemas, en cambio, tornan a
un paso menos combativo. Mientras en las primeras páginas López Navia parece
empujarnos serenamente a atrevernos, a vivir, a sentir, a no mirar atrás,
limpiarse las heridas o aprender de los errores; en el final de la obra, se
torna a un observador paciente, un poeta nocturno, casi un anacoreta moderno,
que ve en el no hacer nada, en la espera de tiempos y días mejores, una
necesidad, con espíritu casi budista, del Arte
nuevo de la revelación.
A
veces lo más sabio es conformarse
y
la mejor noticia es no estar muerto.
Paul
Valéry, a quien el autor cita en las primeras páginas del libro, nos dice “La
esperanza nos sostiene, pero como sobre una cuerda tirante”. Es esta reflexión la que me llega a la memoria
tras leer algunos de los poemas de Santiago López Navia. Parece tomar la
conciencia aristotélica de que el equilibrio ha de estar entre la reflexión y
la acción, por lo que sus versos ejercen una corriente pendular entre los que
empujan o envisten; y los que por el contrario, se sientan a observar al otro
lado de la puerta o tras la ventana. Un pacto entre la mente y el cuerpo, entre
la decepción reflexiva y la esperanza activa. De aprender de los errores, sin
rencor, ni venganza; y actuar esperando días mejores, asumiendo el desarraigo,
pues se está en constante movimiento, en una huida hacia adelante.
Firma el poemario, con un poema final
que lo envuelve todo. Cierra a modo de conclusión o mantra, con una sonoridad
que parece batidas de mar o aire sobre el cereal o los robledales de castilla.
Una composición, que a gusto de quien escribe, es uno de los poemas más
perfectos, en plenitud formal y deslumbre conceptual, de todo el libro.
[…]
Vendrán días mejores. Mientras tanto
cumple morder el tiempo a dentelladas
y hacer mella en su carne escurridiza
que deja en nuestra piel sus
cicatrices.
Sirvan estas notas, muy personales y
nada académicas, como una invitación a la lectura de este volumen que, aunque
de paginación breve, se sostiene con peso y plenitud propia. La clarividencia
de los inmortales, tan necesarios también ahora, nace en cada palabra, pero más
aun, con cada silencio que precede o con el que se abandona cada verso.
Mis felicitaciones Santiago por este nuevo libro al que le deseo un largo, largo recorrido.
ResponderEliminarY mis felicitaciones para Luis Antonio por este prólogo, que no solo ha sido una invitación a la lectura del poemario sino que también ha hecho un precioso recorrido por él.
Mi abrazo apretado para los dos.