Hace ya algunos meses tuve la
suerte de conocer a Eduardo Gómez. Un artista de trabajo, constancia y
compromiso, capaz de trabajar sin descanso por una idea durante casi dos
décadas. Genocide Proyect es el resultado, no acabado, sino constantemente
ampliado y desarrollado por este buen amigo.
Una idea, sin duda compleja, de
proponer al espectador o al público un viaje complejo de interconexión entre
todos los genocidios que va conociendo y convirtiendo en expresión artística. Un
trabajo que mezcla imágenes captadas por el artista, montajes audiovisuales,
trabajos plásticos y arte que podríamos denominar conceptual y de instalación.
El planteamiento es de hablar de
la violencia sin expresión de violencia, sin morbo. Una propuesta muy
respetuosa que busca a su vez deslocalizar la historia para convertirla en
universal y el mensaje en capaz de comprenderse y sentirse más allá de los
límites temporales y geográficos.
Para su presentación en “El
estudio” me invitó a colaborar con unos poemas míos. Un sufrido proceso de
creación al intentar plasmar algo de su obra en unas composiciones propias. Les
dejo el resultado a su reflexión.
Habitar en el espacio quebradizo de la desmemoria
con las pupilas silenciando el gris metal,
clavado en el pecho el número helado,
la cuenta atrás,
el latido que se vence,
agotado y anónimo.
Ni tan siquiera tu último aliento
entiende la razón del fotograma.
Cae tu mirada en el abismo,
piedra a piedra,
sobre nosotros.
Hacia el reverso de la historia,
la sombra alargada del caos
se disfraza de razón.
Sólo el anonimato parece
desdibujar la culpa.
Se atragantan todas las palabras
cuando la oscuridad dicta el infinito encuentro,
el nacimiento oscuro,
las constelaciones aniquiladas
para el reino del vacío.
Puede ser que nos separen
tiempos y espacios infranqueables,
pero eso, no nos salva.
Suma la historia los escombros
que hasta la tierra olvida.
La profundidad de la sangre
que en la costumbre bochornosa
ni sangre parece.
Irrevocable el juicio,
lanzado el castigo a los ojos,
la inocencia acaricia
la escarcha en la piel del verdugo.
Podría ser el perdón o el odio eterno,
la ignominia de ambos o nada,
la necesidad de explicarse
o la imposibilidad de hablar
cuando no puede salvarlo las preguntas.
Cosechados los silencios
como puños inundan nuestra boca,
el paisaje yermo de los disparos que preñan el muro,
no da a luz a la conciencia.
Podemos ignorar hasta la vida misma
y seguir respirando el plomo del futuro,
como si no fuera nuestro
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